lunes, 9 de marzo de 2009

NOVE-LATAS



Salvando las naturales excepciones, cuando alguien habla de "un párrafo complejo", es probable que se refiera a un texto mal escrito. Se produce el mismo error cuando calificamos de profundo un pensamiento que no pasa de ser confuso. La crítica literaria es muy propensa a descalificar un texto sólo porque resulta accesible a cualquier lector, aunque también son abundantes las personas que eligen lecturas de difícil comprensión porque creen que una biblioteca de obras ininteligibles favorece su prestigio intelectual. Si he de ser sincero, jamás leo una novela en la que el final de un párrafo me deje la misma sensación de incertidumbre que si preparase un viaje a Italia con un mapa de Alemania en el que hubiesen pintado los ríos de Inglaterra, los montes de Suiza y las carreteras de Francia. Algo me hace sospechar que algunos escritores redactan sus textos con la idea perversa de que su difícil comprensión los haga merecedores del favor de la crítica especializada, generalmente proclive a ser elogiosa con cualquier novela en la que sólo resulte meridianamente claro el precio. Dicen escribir para minorías y fingen despreciar el éxito editorial porque, según ellos, no puede ser buena una obra literaria que se vende con la misma facilidad que cualquier producto comercial. Detestan también cualquier novela que pueda ser convertible en cine de éxito, lo que ha creado en torno de Arturo Pérez Reverte el infundio de que la suya es una obra menor pensada para su venta masiva mezclada con la ferretería y con los cereales en las grandes superficies comerciales. Si hay géneros que despiertan la aversión automática de la crítica más sesuda, uno de ellos es sin duda el de ciencia ficción, a no ser que el autor haya tenido la precaución de que uno de los personajes de la trama futurista sea un experto en Cicerón y en el episodio del viaje intergaláctico se cuele a tiempo una oportuna y culta alusión a Itaca. Cualquier lector de críticas literarias se dará cuenta de que la inclusión de un monje en un relato da más lustre intelectual que la presencia de un astronauta, cuya intromisión se consideraría poco gótica. Un amigo mío tiene por costumbre rehusar la lectura de cualquier novela en la que el vehículo más rápido no sea una carroza tirada por desganados caballos muertos. También hay quien selecciona sus lecturas en función de que el peso de la trama la lleven un diputado, un sindicalista , un cura y una madre soltera, asegurándose de ese modo que la novela resulte "social" y tenga "mensaje", esa cosa que pierde prestigio cuando por una inoportuna intromisión bíblica se llama "parábola". Los lectores que se presumen a sí mismo más selectos y exquisitos suelen inclinarse por obras centroeuropeas o turcas de difícil localización en las librerías, a menudo textos farragosos y confusos que en su traducción castellana resultan incluso más incomprensibles que en su críptica lengua original. A un tipo que me prestó una de esas novelas polacas, le devolví de inmediato el ejemplar diciéndole que el relato me resultaba más interesante leído a oscuras con el libro cerrado. Por si le quedaba alguna duda, le confesé que lo único que había leído de aquella novela me había causado en los ojos los mismos síntomas que supuestamente produce el glaucoma. Como me pareció que mi actitud le producía cierto desánimo, para congraciarme con él le pregunté si tenía por casa alguna novela que pudiese leer sin necesidad de emborracharme. Mis exigencias literarias son fáciles de satisfacer. En realidad a una novela sólo le pido que el primer párrafo no acabe en la página veinte, que los personajes femeninos no tengan las tetas dentro del pecho y que su lectura me deje al final la sensación casi alimenticia de haberme tragado algo cuyo placer no se pueda sustituir con cien gramos de jamón. No resisto las novelas supuestamente complejas e intelectuales desde que me di cuenta de que cada vez que abría el "Ulyses" de Joyce, me acordaba de aquella maldita lata de conservas que me dobló el abrelatas. No leo desde entonces nada por lo que no valga la pena que se me enfríe el café. Y sobre todo, prefiero leer la vida en la mirada de la gente, seguramente porque nada hay tan profundo como la piel de una mujer desnuda que sólo lleve en su mirada tus ojos, y en tus ojos, la indiferente mirada deshuesada de un hombre ciego.

                                                        Novelas con abrelatas. José Luis Alvite

 

Pero si a pesar de todo aún te empeñas en leer una novela que no te gusta, tampoco desesperes. Lo bueno de las malas novelas es que mientras las lees... puedes pensar en otra cosa!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

totalmente de acuedo

Anónimo dijo...

Y yo también!!

Pilar Mandl dijo...

Si he de ser sincero, jamás leo una novela en la que el final de un párrafo me deje la misma sensación de incertidumbre que si preparase un viaje a Italia con un mapa de Alemania en el que hubiesen pintado los ríos de Inglaterra, los montes de Suiza y las carreteras de Francia.

(?)
Tiene qu eser dificilísimo escribar de tal manera que crees esa "sensación" en alguien... igual entonces realmente merecería la pena leerla...

Un poco como alguna película de las "denominadas" de arte y ensayo. :-)

Un beso

Blue dijo...

Bueno, yo he tenido muchas veces esa sensación de estar perdida en medio de una novela entre multitud de personajes, situaciones, tiempos, etc. Pero ya no les doy cancha. No puedo perder tiempo. Y si lo pierdo quiero decidir yo en qué ¿no te parece?

Besos